Cuando las luces se apagaron viste
la lluvia
arrastrando cenizas y latidos
al fondo.
Eras recluso, víctima de una
vida prototipo,
destinada desde niño, desde el
llanto hasta la arena
por el oráculo que fue,
tu lugar de nacimiento.
Te dejarás perder,
volarás historias de otros
y envidiarás sonrisas y
billeteras.
Tu sueño perdido al otro lado,
sumergido y embriagado
por los efectos de la oleada
del exceso.
No tendrás alfombras ni manto
en invierno,
no habrá pecados, ni rollos,
solo canciones y siluetas de
un hombre triste,
clandestino y acróbata que
vuela lejos de su trapecio,
acabando con su crónica
dominical.
Serás polvo, ya ni sientes que
respiras.
Inevitables serán las
distancias,
las cartas diciendo adiós,
los amaneceres saliendo de
casa
mirando su cuerpo ausente,
lagrimeante, haciéndose la dormida
mientras cierras la puerta
para siempre.
No habrá dama, para un rostro
sin acordes.
No podrás hacer nada,
y sabiendo que es tu último
trago,
disfrutarás del hechizo,
de tu colección de derrotas,
y sin excusas, correrás hasta
tu última parada.
Esa playa donde encallar o
correr para vivir.